mercredi 23 janvier 2008

¿A dónde va Chávez?



Un alivio estratégico para las Farc sería la pesadilla de Uribe, pero ¿es seguro que hacia allá van las cosas?

Como es habitual en esta nación donde el conflicto armado despierta las más enconadas reacciones, en especial de quienes pretenden que no existe, el papel de Hugo Chávez en la liberación de secuestrados ha sido más objeto de comentarios apasionados que de análisis y cálculos políticos juiciosos. Que buena falta hacen, pues lo sucedido desde que el presidente venezolano fue despedido como mediador, el 22 de noviembre, ha dejado en evidencia la falta de estrategia de Colombia frente a Venezuela y podría complicar seriamente la política de seguridad del presidente Álvaro Uribe.

Lo primero que debe constatarse es que la política -la débil política de circunstancias- que tenía Colombia frente a Venezuela fracasó. Lo fácil y popular es culpar a Chávez, pero la diplomacia existe para que estas cosas no pasen. Y la diplomacia está tirada en la vía.

No hay en América Latina dos proyectos más antagónicos que los de Uribe y Chávez. Sin embargo, por cinco años y medio operaron según el clásico modelo de 'convivir con el enemigo'. Salvo crisis como el secuestro de 'Granda' en Caracas, promocionar la 'química' entre los presidentes y los proyectos binacionales de infraestructura, embriagarse con el elíxir del comercio, omitir los temas ideológicos y posar para las fotos, funcionó. Con la brusca reacción de Chávez a su destemplado despido como mediador, la situación cambió a un escenario en el que la ruptura de relaciones es una seria posibilidad.

Si de política se tratara -una diferencia limítrofe, una corbeta en aguas disputadas, temperamentos ofuscados- la cosa sería grave, pero manejable. Pero dos elementos complican todo. Hasta 1999, ambos establecimientos tenían identidades profundas; hoy encarnan proyectos estratégicos opuestos. Y está atravesado en la relación un ejército de 12.000 hombres que no responde a ninguno, pero pesa de modo decisivo en la balanza binacional.

Pese a que la situación de los secuestrados ha profundizado, si cabe, la bancarrota de las Farc como alternativa, la sola bocanada de oxígeno recibida por esta guerrilla gracias a las declaraciones de simpatía de un jefe de Estado, ha sacudido el tablero cuidadosamente diseñado por el gobierno colombiano desde 2002.
Qué pase, pues, en esta curiosa trilogía Uribe-Chávez-Farc (y qué haga Estados Unidos, con intereses en los tres) se volvió una de las claves de la situación interna colombiana.

El escenario negro

El peor escenario sería que Hugo Chávez incorpore a las Farc como componente de su proyecto continental. Ciertamente, sobran argumentos. De fondo: el proyecto chavista es expansionista. Oficiales: el ministro de Interior venezolano Ramón Rodríguez Chacín dio a un secuestrador una despedida de camarada, y el coronel-presidente -con el aplauso unánime de su Asamblea Nacional, que pidió a Colombia dar beligerancia a las Farc- dice que bajo la amplia capa bolivariana caben toda clase de compañeros de viaje. Hay hasta argumentos de detalle: los comunicados de las Farc aparecen antes en la Agencia Bolivariana de Prensa que en Anncol, su vocero oficioso, o en su página web.
En tal escenario, basta mirar la frontera para entender que sería casi alegórico seguir hablando de que las Farc están 'arrinconadas' en el suroriente del país. Esos 2.219 kilómetros tienen cinco grandes tramos. En los cerca de 750 entre la Piedra del Cocuy, en Guainía, y Puerto Carreño (Vichada), hay una vasta selva con cientos de caños y siete grandes ríos que corren de oeste a este, y tres (Orinoco, Atabapo y Negro), por el límite. Autopistas de la jungla que las Farc navegan hace lustros. De Puerto Carreño a Arauca, 500 kilómetros de llana soledad y dos cauces limítrofes, Meta y Arauca.

Hay amplia evidencia de que la frontera más urbanizada y militarizada en ambos lados, de Arauca a Cúcuta (unos 300 kilómetros), es hace tiempo puerta giratoria para las Farc. Un reciente artículo de John Carlin en El País de España -basado en inteligencia y desmovilizados colombianos, y cuyos hallazgos Caracas no comenta- dice no tener evidencia de ayuda venezolana al más alto nivel a las Farc, pero constata una activa colaboración de militares en el terreno, tráfico de armas y cédulas, tolerancia de campamentos y complicidad con el narcotráfico de 'Grannobles', jefe del frente 10. Hay secuestros de venezolanos y combates entre las Farc y el Eln allá.

Siguen casi 500 kilómetros de santuarios para grupos y cultivos ilegales, entre la selva del Catatumbo y las inhóspitas serranías de los Motilones y Perijá. El remate de esta compleja frontera son 150 kilómetros de desierto histórico del contrabando, en La Guajira.

Basta imaginar por un momento lo que puede pasar a lo largo de semejante geografía si Venezuela decide pasar de la complacencia hasta hoy reportada a un apoyo logístico y económico activo y sostenido a las Farc.

¿Está la 'seguridad democrática' preparada para que el "rincón" en el suroriente del país donde el Plan Consolidación asegura tener a las Farc se torne retaguardia? La Armada pasó de 19.000 a 29.000 hombres en cinco años, pero dista del control completo de esas fronteras fluviales. Si la presión militar no ha podido erradicar grupos y cultivos ilegales de Vichada al Perijá, ¿qué pasaría si unos y otros quedan con la frontera libre y amigos poderosos al frente?
Y poco se piensa en un factor que, en una confrontación, el chavismo buscaría aprovechar: los wayúu, tan colombianos como venezolanos, han sido largamente beneficiados por iniciativas de Chávez, como disponer a un lado de la frontera de gasolina a precio preferencial para revender al otro lado.

El escenario grave

Este escenario de alivio militar estratégico para las Farc calienta los cerebros de los halcones a uno y otro lado de la frontera, y, combinado con el vacío de política frente a Venezuela, las pasiones del conflicto armado y la justa indignación contra las Farc, alimenta la histeria antichavista en Colombia. Pero asumir, como ciertas voces en la derecha local o el Washington Post, que Chávez se casó con las Farc puede ser apresurado.

Una cosa es que se la juegue por el proyecto armado de las Farc y otra, que planee convertirse en mesías de la paz en Colombia, creyendo que su cercanía ideológica y su influencia podrían llevarlas a negociar y desarmarse, para integrarlas, eventualmente, a la expansión bolivariana. Serio lío para Bogotá, ya a gatas para preservar su soberanía sobre la liberación de secuestrados. Pero de otra magnitud.

También hay argumentos en favor de este escenario. Chávez casa peleas mediáticas, insulta presidentes, abraza personajes repudiados y promueve regímenes amigos, pero ¿es compatible con su proyecto aliarse a una organización con el prestigio en la picota, listada como terrorista en Europa y Estados Unidos, contaminada por el narcotráfico y que concita horror mundial por violar el diccionario humanitario de la A a la Z?

Si la sola declaración de simpatía frunce ceños amigos en Argentina y Ecuador, el apoyo a un grupo armado ilegal que busca derrocar un gobierno legítimo lo pondría en curso de choque con el sistema interamericano, que hasta hoy ha guardado las formas ante sus desplantes. Un gobierno no pide la beligerancia; la otorga, y Venezuela no lo ha hecho.

Chávez será provocador y su tacto de cuartel hace rabiar a los formalistas de la no intervención en asuntos internos (en este mundo global en el que política es intervención), pero hurga en temas críticos: como va, al problema de fondo de Colombia, el conflicto armado, no se le ve solución, ni militar ni negociada; Estados Unidos atiza fuegos, no los aplaca, y tiene a este país en el bolsillo y a Venezuela y las Farc, en la mira.

Quizá valga la pena, más allá de la indignación patriótica, debatir con calma para dónde va Hugo Chávez con las Farc. La falta de estrategia, la pasión y la algarabía son malas consejeras en las crisis. Y en esta, podrían contribuir a hacer realidad un escenario de pesadilla para el gobierno Uribe y su política de seguridad: Chávez en brazos de las Farc. Y 2.219 kilómetros bolivarianos.

Álvaro Sierra
Editor de páginas editoriales

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